En mi
personal altar mayor de la mas gloriosa murcianía, tengo entronizados a
Salzillo, al Cardenal Belluga y a Saavedra Fajardo, - murcianos de nacimiento o
adopción -, como las estelas más vigorosas de nuestra historia. Hace unos días
se han inaugurado las exposiciones que exaltan la figura y obra de D. Diego de
Saavedra Fajardo, nacido en Algezares en 1584, el más grande de su época; más
aún que Richelieu y Mazarino, me apunta mi amigo el Profesor Javier Guillamón
Álvarez. Sin embargo, me pregunto qué Saavedra es más sobresaliente: el autor
de “Idea de un Príncipe Cristiano”, con toda su excepcional calidad literaria y
de pensamiento, o el otro Saavedra Fajardo, hombre, político y diplomático,
defensor de los intereses de una España en declive, el que asume la
responsabilidad de las negociaciones secretas de Munster que condujeron a poner
punto y final a la Guerra de los Treinta Años.
Hago esta
matización diferenciadora entre escritor y diplomático, porque la primera
ocupación sólo le requirió lucidez, serenidad, papel y pluma, mientras que la
segunda, política y diplomática, pertenece a ese ámbito proceloso, y a veces
sombrío, donde se fraguan frecuentes traiciones y deslealtades. Es la misma
historia siempre, el mismo río que pasa, como dice el poeta.
Saavedra
Fajardo fue víctima de una traición política de gran calado que tramaron y
auspiciaron, entre otros, sus dos inmediatos Plenipotenciarios Gaspar de
Bracamonte Conde de Peñaranda y Antón Brun, el joven al que Saavedra promociona
y ayuda desde sus inicios en la vida diplomática.
Las
negociaciones de Munster duran desde 1642 a 1648. Felipe IV nombró
Plenipotenciario a Saavedra Fajardo en 1643. A mediados de 1645 lo cesaron y
fue precisamente el de Bracamonte el que le entregó en mago el cese, porque
entonces no había teléfono. Esos tres años restantes de su vida, hasta el 24 de agosto de 16 48,
en que muere, son los que más me interesan y me pregunto como sobrellevaría la
soledad del hombre público.
No
alcanzo a comprender como no se le ocurre volver a Murcia, de la que falta
desde su primera juventud. Desde luego no me parece una posibilidad remota en
un hombre que amó tanto a la tierra que le vio nacer, y que toda su vida, pese
a la lejanía, nunca se olvidó de ella y a la que tiene informada de sus
andanzas y mudanzas a través de escritos a su Concejo.
Estas
observaciones son las que debilitan, a mi juicio, un empeño tan importante como
lo que significa esta Conmemoración. La escasez e inconsistencia expositiva de
toda la abundante documentación existente de toda la etapa de las negociaciones
de Munster, en el Almudí.
Quizás
juegue con ventaja porque tengo una joya muy preciada, consistente en dos
voluminosos tomos que contienen todos los memorando, cartas e instrucciones de
las negociaciones secretas relacionadas con la Paz de Munster. Compré esta obra
en Bruselas justo durante las horas en que tuvo lugar el atentado contra las
Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono de EEUU, y esta ciudad, sede del
Cuartel General de la OTAN, se encontraba
blindada ante el temor a otro ataque aéreo. El ruido de los aviones militares
era estremecedor. Las calles estaban desiertas, y yo casi en solitario,
caminaba con dos pesadas bolsas, una en cada mano, por las empinadas aceras que
conducen desde la Rue de Midí hasta el Gran Sablón. Nada temía. Llevaba conmigo
la tolerancia, la idea de Europa, los sueños de paz y convivencia, y también la
ideología vencida y la derrota de la postura española defendida con razón y
vehemencia por un paisano mío: D. Diego de Saavedra y Fajardo. Era el 11 de Septiembre de 2001 .
No hay comentarios:
Publicar un comentario